Julio y Julito sentados en la isla de Haiti
Y a la mujer se le llenaron de golpe los ojos de mar, se inundó de agua salada que iba sazonando los recuerdos, ahí parada sentía como las olas lamían sus pies que pisaban una arena fina y negra, ya antes conocida, con un sol amigo que abrazaba y tocaba con la calidez de la memoria. Se oía el rumor del agua que es la voz natural del mundo viviente que se esconde detrás de la cortina de un azul profundo, brillante, que presume ser interminable y a la vez intimidante con el bramar de sus olas.
Un viento inclemente e insistente, comenzó apabullar a la mujer, tal parecía que una mano invisible la separaba violentamente de la arena que antes pisaba, para derrumbarla como un trapo olvidado. Como el viento llegó, el viento ceso...
<< Haiti, estamos en Haiti >> grita un niño solo a unos cuantos pasos de ella. Dos niños y una niña en traje de baño juegan rodeando una enorme piedra, que abrazada por el mar luchaba por mantenerse a flote. Recogiendo sus pasos la mujer se acerca, los niños la llaman por su nombre, << María, súbete a la piedra, que esperas, ¿no quieres conquistar Haiti?. La magia de los instintos se burla de ella y una leve mirada a sus huellas que van quedando atrás le dicen que el tiempo la ha regresado a quien antes era, María de 8 años. Todo esto, a la que antes fue mujer, se le antojaba extraño, quizás fue la tramontana que como es sabido lleva consigo los gérmenes de la locura, regresándola a la realidad de una infancia feliz.
Corre hacia su hermana Michele y sus primos Julio y Licho, este último siempre jugando con la Geografía llamando países y continentes a pedazos de tierra y piedra.
María sube a la piedra gritando a grito pelado la conquista de un Haití despoblado, una ola acaba derribándola, Todos se ríen y comienzan a empujarse, para entrar juntos al mar. Una sensación de placidez los embarga, cuando se es niño la felicidad no se cuestiona solo se siente y se merece. María se quiere perder en este mar de las playas de Pochomil, en las olas, en las interminables horas de ciudades de arena, de trampas de aguas malas, donde los incautos nunca caían, de regaños por meterse de cuerpo entero en el barril del agua potable, del temor en el abatir de una hamaca que como cohete te mandaba al sol, de un mundo lleno de Turras y juegos. Y da las gracias no sabe si a Dios o a la Tramontana, de revivir un pedazo del que fue su cielo, y no importa si ahora al volver el rostro todo lo que ve, vuelva a ser lo que es, ó quede unos años más viejo.