martes, 31 de enero de 2012

Gula

NIna trataba de quitarse la modorra, abría y cerraba los ojos, aclarando la vista que todavía estaba invadida de la fina tela del sueño, un largo bostezo la hizo temblar, sintió como un escalofrío recorría todo su cuerpo, recordandole que había sido arrebatada de su cama y que ahora estaba en la de Mom. Como siempre el televisor encendido proyectando luces con espacios obscuros, voces, gritos, explosiones eran los sonidos que llenaban la habitación.
Nina por fin logro que su vista limpia se concentrara en las imágenes que arrojaba la emisión, era Vietnam se lo había dicho Mom, y ahí estaba daddy.

Comenzaba arrullarse cuando Mom entró con dos grandes tazones rebosantes de helado de chocolate.

_ Amor, ¿quieres?, al mismo tiempo que estiraba la mano.

_ Si, Mom.

Nina adoraba el helado sentir como lo frío y lo dulce se iban mezclando, como las muelas trituraban los pedacitos de chocolate, para diluirlos con la saliva, bañando las paredes de la boca, invitando a la lengua a chasquear de puro placer.
Con los ojos cerrados los sabores son mas sentidos y se hermanan con los momentos, por eso para Nina helado es Mom, sentir su abrazo tembloroso, húmedo, y en el cuello la cálida respiración de su fría nariz ; frío, dulce, caliente, amargo...

Daddy nunca regreso, Mom nunca lo supero, pero esas noches de complicidad acabaron mucho tiempo después, cuando la cara ancha y redonda como un pan tostado de Nina paso a ser la de un gran pancake, con dos ojos de cerezas, nariz de plátano y boca de un cuarto de durazno.

Nina nunca trato de disuadir al espejo; ella era linda por dentro y grande por afuera, la gente no es ciega, es verdad que se deja deslumbrar por las mujeres extremadamente delgadas, casi carentes de curvas, pechos planos de hotcakes, piernas largas de fideos, pero la magia se esfumaba con la platica, siempre acompañada del aliento a vomito, gracias a los alimentos masticados con la única encomienda de tocar solo unos segundos el estomago para ser defecados por la boca. El aroma de Nina era diferente rico en olores que te arrebataban del suelo para montarte en recuerdos, y sabores que endulzaban tristezas, y salaban la felicidad para hacerla mas intensa.

Por eso no fue difícil que Max se fijara en ella, para él, Nina representaba una casa enorme, acogedora, con una despensa llena de comida, con olores en frascos etiquetados de momentos.
Max sucumbió a estos encantos se dejó envolver en 80 libras de masa, de tela piel, suave esponjosa al tacto, con sabor a vainilla, un verdadero Twinkie, todo el postre solo para él.

Nina había encontrado la felicidad completa y no pedazos, recogiendo de la vida hasta la ultima migaja, dejando que Max se alimentara de su piel, que no parara de besarla para sacarle de los dientes todos sus sabores, que la tocara dejando que sus manos se perdieran, para luego encontrarlas y que le amasaran hasta el alma. A ella por su parte le bastaba ver con los ojos de él.

La gente los miraba sin pedirles permiso, no podían entender como un hombre con esa cara huesuda que podía ser atractiva o temible según le diera la luz y con esa delgadez, se luciera por la calle envuelto en los pliegues de una enorme mujer.

Orgías de comida, llenas de besos y suspiros, viajes entre la piel, te quieros de chocolate, y hueles a miel, fueron los ingredientes justos para que Nina fuera horneando no uno si no dos bebes, a Max le encantaba ver como se apoyaba en su estomago como si fuera la barandilla de un balcón, balcón del que meses después Nina se cayo, el corazón cansado de doblar el turno en su trabajo decidió sentarse a descansar.

El tiempo con su elasticidad se llevo a Nina al mundo de los muertos para regresarla minutos después mas sola que nunca, para toparse con una realidad sin pliegues donde ya no encontraba las cosas que amaba; sin hijos que no pudieron regresar con ella y con una anosmia crónica.

Nina dejó de comer, se alimentaba de puras manzanas las cuales no olía ni le sabían a nada sin embargo, las escuchaba cuando sus dientes les desprendían pedazos iniciando el concierto de sonidos en su boca, dirigido por las muelas, la saliva y la lengua para terminar con un glu en la garganta.

Soñaba con los ojos abiertos, en árboles llenos de manzanas que colgaban de las ramas y que eran imposibles de alcanzar, y lloraba de hambre, de soledad, cerraba los ojos tratando de encontrar olores y sabores que ya no existían para volverlos a pasar por el corazón, y olvido como olía Max, olvido su historia, olvido...

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