miércoles, 3 de julio de 2013

Encaje

La cama se vuelve en mi contra. Me dice que si estoy acostada aquí, de esta manera tan    frágil  y dulce, no debo estar soñando con ser de otra manera.

El armario frente a la cama me grita: hipócrita. Pequeñas voces también salen de  cada uno de los cajones, y uno, solo uno, tiembla para llamar mi atención.

Salto de la cama con el único propósito de tranquilizarlo. Mi esposo está a punto de salir del baño y puede descubrir mi lascivo secreto en su interior.

Lo abro, y mis ojos recorren hipnotizados el negro encaje, mis manos ansiosas rozan la tela produciendo un placer denso que se clava en el centro donde se revuelven mis aguas. Ardo, ya en deseos de ponerme esta ropa interior, de ser otra mujer: sexy, atrevida y deseada.

La puerta del baño se abre. Mis manos dejan descansar las prendas, junto con mis deseos. Mi marido se acomoda en la cama y yo, reprimida y seca, me acuesto a su lado.

Quizás mañana las regrese a la tienda.

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