Se propuso coleccionar todos los sonidos que consideraba
importantes. Uno a uno los guardó en el caracol de sus oídos, y cuando la
sordera fue eminente, los nombró, los sintió y los escuchó. Soltó al fin la
palabra "mar", y la brisa le devolvió una ola de silencio que la
arrastró mar adentro. Al inundarse sus ojos de una agua espesa, escuchó
finalmente el sonido perdido.
domingo, 10 de noviembre de 2013
jueves, 4 de julio de 2013
Mi pasado en tu futuro
Vale estaba sentada junto a Fernando, al verlos así, tan cerca uno del otro tanto que parecían cosidos, daban envidia, ella se escondía detrás de la voz y los gestos de su novio, de vez en cuando apoyaba la cabeza en su hombro y su mirada se alargaba y acariciaba lentamente su mano, apenas un pequeño roce que tanteaba el fuego, ése, el que hacía que sus ojos brillaran. Una complicidad fluía entre ellos, que no era ajena a los demás. Estaban viviendo algo parecido al paraíso terrenal y yo ni siquiera lo imaginaba.
Esa mañana entró altiva al salón de clases, sin embargo, ni su actitud ni la velocidad de sus pasos hasta alcanzar el pupitre junto al mío, lograron esconder sus labios que parecían una granada a punto de reventar. Se sentó, no dejé de interrogarla con la mirada hasta que la voz de la miss habló por la mía. Valeria, ¿Qué te pasó en la boca?, ve al baño y despíntate?. Ay, miss, le juro que no estoy pintada. Ayer no sé qué comí. Y movió la cabeza hacia mí para regalarme una sonrisa pervertida.
En el descanso nos enseñó sus labios hinchados y amoratados escondidos bajo un labial rojo granate. Cerró los ojos al mismo tiempo que la yema de sus dedos, tanteaban el recuerdo, mientras pronunciaba el nombre de Fernando.
Salo, retorcía las manos y suspiraba cuando nos contaba los besos que Vale y Fernando se daban, se quedaban viendo muy cerquita uno del otro, sin ojos para nadie más, hasta que sus bocas primero se tocaban y luego lentamente se abrían, mientras ellos parecían tiritar, las lenguas empezaban a cobijarse y se arrimaban uno contra el otro hasta acabar en un vaivén lleno de pequeños quejidos. Después se separaban sin dejar de mirarse y de la nada estallaban en risas tan contagiosas que Salo acababa riéndose con ellos. ¿Porqué se reirá Vale después del beso?" pensábamos todas, ninguna habíamos tenido novio, Lola y Salo apenas tenían 13 años y Laura, Vale y yo, todavía no los cumplíamos. Pero Vale era especial y por eso Fernando a sus 18 años se había fijado en ella, eran el uno para el otro, así lo veíamos nosotras, aunque los padres de Vale no estaban de acuerdo con su noviazgo. Don Tomás nunca le daría a su hija permiso para andar con alguien que la desviara de sus obligaciones.
Esperaba verla aparecer por la puerta del salón de clases, hacía dos semanas que Vale no venía a la escuela, no contestaba el teléfono ni aparecía por las fiestas a las que nunca faltaba, tampoco habíamos visto a Fernando. Días después, supimos por la directora del colegio que Valeria iba a estudiar el resto del año en el extranjero. Todas lloramos, más que su partida nos dolió su indiferencia, se fue sin decirnos adiós.
Me acerqué a Fernando, que me miraba con sus ojos profundamente tristes, dijo que ya no tenía lágrimas, que la amaba, que nunca la iba a dejar de querer, me contó que esa noche fue a visitarla a su casa, estaban platicando cerca del portón de la entrada escondidos tras un árbol, empezaron a besarse, sus manos encontraron estorbo en la ropa y no se calmaron hasta tocar la piel caliente de cada uno, pero la necesidad de sentirse era tan grande que acabaron uno dentro del otro, no les importó el ruido del coche que cada vez se escuchaba más cerca. El tiempo simplemente se plegó ypor un instante fueron dueños de él. Se desprendieron temblando, saciados pero insatisfechos con la certeza de un futuro juntos, y esa fue la última vez que la vio. Al día siguiente la llamó por teléfono todo el día, hasta que por la noche decidió ir a buscarla a su casa. Fue Don Tomás quien le dijo que Valeria se había ido a estudiar la secundaria al extranjero, que sabía perfectamente lo que él y su hija estuvieron haciendo durante los últimos meses, y que ningún escuicle estúpido le iba arruinar la vida.
Fernando pasó meses hablándome de ella; de sus ojos, de esa mirada profunda donde él se perdía para encontrarla, y reconocer que siempre habían estado juntos, que eran destino y que su historia iba a terminar como debía de ser. Mientras, yo sufría en silencio y ardía en dolor y deseo por un hombre que apenas se fijaba en mí, lo abrazaba y dejaba que nuestras fantasías se tomaran de la mano para jugar a la misma historia, donde él pretendía que yo fuera otra mujer y yo, simplemente, era quien tenía que ser.
Vale no regresaba, no la volvimos a ver. Su familia se cambió de casa. Fernando les siguió la pista por algún tiempo hasta que la distancia se encargó de anestesiar la herida que nunca dejó de supurar, de la que yo me olvidé.
Nuestra boda fue sencilla, llena de gente que nos quería y que apostaba por el futuro feliz que veían en su mirada y en la mía. Yo en sus ojos veía el eco de mi amor, suficiente para hilvanar nuestra historia.
Fernando se despidió de mí como todas las mañanas, tierno, con un beso en la frente y otro lleno de pasión en los labios, estirando los cinco dedos de su mano sobre mi vientre virgen, que pedía día a día ser habitado, él no participaba en la frustración que yo sentía de no tener hijos. Decía que la Almudena de su vida vivía a su lado y que no la quería compartir. Siempre pensé que mentía para aligerar mi dolor. ¿Qué hombre no quiere tener un hijo?.
Lo identificaron sus padres, yo no tuve la fuerza ni el valor de reconocer lo que quedó de él, me conformé con repasar una y otra vez las fotos de su coche destrozado, su billetera y el anillo que como símbolo de fidelidad, le había puesto en el dedo el día de nuestra boda, hacía tres años.
A Ella no la pude ver, aunque lo hubiera querido, no la velaron, su familia prefirió incinerarla y llevarse sus cenizas dejando su destino unido al mío de la manera más perversa.
Yo también estaba muerta pero no podían enterrarme.
Fue Salo quien me dio la noticia. Al abrirle la puerta me extrañó su mirada llorosa, su abrazo débil, tuve que tomarla de la mano y llevarla hasta el sillón. Me senté junto a ella y dejé que su cuerpo se recargara en el mío, no pudo verme a los ojos, habló para ella misma en un trance que no permitía pausas ni descanso, la seguí en su relato todo el tiempo que pude hasta que mi mente enloqueció y escuché, ajena, sin pena, del triángulo amoroso en el que vivía desde hace dos años sin estar enterada. Perdí la calma y dejé que el llanto fluyera, un llanto fúnebre por tres pérdidas; la de Fernando, la de Valeria y la mía.
Vale regresó a buscarlo, lo encontró casado con su mejor amiga. Al principio ninguno de los dos pensó reanudar lo que una vez habían comenzado, pero hay pasiones que lo llenan todo y no obedecen otras leyes que no sean las del instinto. Acabaron y siguieron amándose, a pesar de saber
que la vida me había puesto justo entre los dos, que yo no hacía otra cosa que recordarles que su felicidad nunca sería completa.
Salo me pidió mil veces perdón. En más de una ocasión estuvo tentada a desenmascararlos, ponerme pistas para que desconfiara, indagara y llegara a la verdad que ella no podía confesarme, éramos todos amigos ¿a quien debía traicionar si no a mí misma?. Las personas existen si alguien las advierte, para mi Valeria nunca fue una sombra, yo viví feliz hasta su muerte.
A ti, Almudena, te parí el día que supe de tu existencia, no naciste de mi vientre, pero sí de mi alma, hay ocasiones en las que el deseo es más fuerte que la sangre. Desde antes de nacer estabamos unidas, yo amaba a tu padre y a tu madre, ellos te dieron mi nombre, ahora eres vida en la palma de mi mano.
Al saber de ti, no me importó lo que los demás opinaran, corrí a buscarte, tus abuelos maternos prefirieron negar tu existencia dejándote con mis suegros, quienes, con lágrimas en los ojos, pusieron en mis brazos el bulto tierno que eras a los tres meses. A partir de ese día los tres escribimos una nueva historia. La de tus padres acabó como Fernando me dijo una vez, que su historia con Valeria debía de terminar como debía de ser, nunca lo entendí o más bien nunca lo quise ver, hoy sé que tenían que reencontrarse para pasar la eternidad juntos.
¿Ahora entiendes, Almudena, cuando te digo que estamos hechos de historias y que hay algunas que nadie puede desviar de su final?.
miércoles, 3 de julio de 2013
Luz de Luna
La vida pasa lenta en el armario, rodeada de seres abandonados y
estáticos como yo, empanizados de tiempo y llenos de recuerdos que ahora solo
son nuestros.
Me he cuidado bien de que el espíritu no me posea, quiere entrar por
el hueco de la pierna que me hace falta.
Pero... una noche iluminada, se mezcló con el aire que pasa por el
hoyo de la pierna que ya no tengo, desde entonces su presencia ya no me es
extraña, yo también guardo su secreto: el que me obliga todas las noches a
buscar, tras las rendijas del armario, la luz de una luna plena que por unas
horas me vuelve feroz, fuerte y astuta.
Cazamos y nos alimentamos bien, aunque a la mañana siguiente
despierto cansada, la boca me sabe a sangre, con sueño y llena de horribles
recuerdos.
Encaje
La cama se vuelve en mi contra. Me dice que si estoy acostada aquí,
de esta manera tan frágil y dulce, no debo estar soñando con ser de
otra manera.
El armario frente a la cama me grita: hipócrita. Pequeñas voces
también salen de cada uno de los
cajones, y uno, solo uno, tiembla para llamar mi atención.
Salto de la cama con el único propósito de tranquilizarlo. Mi esposo
está a punto de salir del baño y puede descubrir mi lascivo secreto en su
interior.
Lo abro, y mis ojos recorren hipnotizados el negro encaje, mis manos
ansiosas rozan la tela produciendo un placer denso que se clava en el centro
donde se revuelven mis aguas. Ardo, ya en deseos de ponerme esta ropa interior,
de ser otra mujer: sexy, atrevida y deseada.
La puerta del baño se abre. Mis manos dejan descansar las prendas,
junto con mis deseos. Mi marido se acomoda en la cama y yo, reprimida y seca,
me acuesto a su lado.
Quizás mañana las regrese a la tienda.
domingo, 13 de enero de 2013
Almas Gemelas
La
muerte es la tregua que siempre nos unió, el silencio lleno de excusas para
mirarnos a los ojos y sin palabras, contestar las preguntas que muchas veces al
día soltamos al aire para vaciar la
angustia de no saber uno del otro.
Contesté
el teléfono y la noticia clavo mi cuerpo a la tierra, sólo para dejar que el
recuerdo me tomara de la mano para recorrer lo que fue mi vida a tu lado:
Somos
tan iguales y tan diferentes, nos cortaron con la misma tijera olvidándose del
último corte para separarnos, lo decíamos como una broma que como maldición nos
persiguió -almas gemelas- que fortuna encontrarse, descubrirse, tocarse,
saberse unidos y conocer de ante mano el final,
con la única opción de escondernos en la sombra y con el dolor a la luz
de una verdad que siempre nos avergonzó, que nos ensució y a la vez nos
embriagó del placer que acompaña a lo prohibido. ¿Cuántas veces te dije? no me
opongo a vivir en pecado, y día a día intentaba asumir el precio de nuestra
pasión, como si fuera una cruz en pago a tanta dicha, pero éramos más carne que
alma, con la piel siempre ardiendo, débiles, inexpertos, para poder ocultarlo.
Madre
fue la primera en notar mi cambio, me vio feliz, con la cara partida a la
mitad, llena de dicha, dicha que se daba
cuando pronunciaba bajito tu nombre, acariciando cada una de sus letras hasta
llegar a decirlo completo todo para mí, una y otra vez hasta gastarlo. Sólo
lograba callarlo cuando lo depositaba en tu oído al deletrearlo lento y tierno
tanto que sentía como te estremecías por dentro, y por fuera me hablaba tu
cuerpo entero, que me pedía sin voz la caricia que nunca llegaba en público, y
que cargada de deseo aprovechaba cualquier distracción de esas paredes tan
conocidas y sagradas para taparles los ojos y fingir que ya no estábamos ahí,
acabando en el piso frío, hostil, que nos regresaba a una realidad que no
queríamos ni nos quería. ¿Y si huimos?, si nos vamos juntos donde nadie nos
conozca, donde tu nombre y el mío no signifiquen nada.
Raros,
así nos empezaron a llamar, a mi en casa me presentaban a los hijos de las
amigas de madre, futuros pretendientes que no alcanzaban a tener una segunda
oportunidad. Me tachaban de exigente. A ese paso solterona te vas a quedar. Yo
ponía mi cara de no se metan en mi vida, manteniendo mi actitud estoica.
Y a
ti, pobre, te llevabas la peor parte, tratando de mantener tu fama de rarito.
Las mujeres te buscaban como amigo, confidente, y los hombres mantenían su
distancia. Nunca te habían visto con una.
El
mundo comenzó a conspirar en nuestra contra. Nada permanece igual, pensábamos
que éramos los mismos, pero el tiempo se encargó de transformarnos a pesar de
nuestros intentos por seguir siendo lo que no éramos.
Nos
vio, nos vio en el preciso instante que con tus manos acunabas mi cara y
nuestros labios imantados se pegaban humedecidos, y en un sólo delirio
jadeábamos nuestros nombres.
Embebido en rencor, nos separó, abofeteo mi rostro, a ti
intentó ahorcarte, pero tú más fuerte y ágil lograste someterlo, arrojó lo que
pudo con la boca, habló de castigo, maldijo su vida, condenó la nuestra, y tú
huiste, me abandonaste, dejándome sumida en el lugar de siempre, sin vida para
lidiar con tu ausencia y con el infierno que él me hizo vivir a costa de su
pena disfrazada de silencio.
El tiempo poco a poco me habló de una soledad acompañada
que fue llenando las paredes de mi cuerpo que sentían al que palpaba, al que
pronto saldría a la luz. Y su luz me alumbró en tu nombre.
Luego Madre nos volvió a unir, su muerte te trajo de
regreso, te recibí con una sonrisa feliz hacía tiempo que mi boca y mis ojos no
se agrandaban. Te miré reteniéndote todo el tiempo que pude, hasta que ella se
metió en mis ojos, venia de tu mano, tu mujer, me vi en un espejo: la misma
complexión, el mismo pelo, el mismo color de piel, hermanas, palabra maldita.
La odie y quise ser su reflejo, para amarte con la libertad que era de ella.
Pero el río que siempre nos unió, nos arrastró, nos
sumergió, para salir húmedos de cada quien. Seguías siendo mío.
Te lo pedí mil veces, no te vayas, no me dejes, cada vez
estoy más sola, no ahora que sé que nuestras vidas pueden ser nuestras, que
no quiero seguir perdiéndome en recuerdos, que él lo sabe, que madre se ha
ido, ¿quien más importa?, pero tus oídos jamás escucharon mi voz.
La gente me abrazaba, me daba el pésame, me miraba con
pesar, tocando mis pensamientos, yo trataba de ocultar aquellos que hablaban de
la felicidad de tenerte nuevamente a mi lado. A ti también te rodeaban brazos,
yo ni siquiera me atreví a tocarte.
Quise frenar el tiempo, dotar de sentido nuestra
historia, reinventarla, pero tu partida me devolvió a la desesperación de los
días iguales, sin principio ni fin, a lo absurdo de moverse en un mundo gris
sin tiempo ni esperanza. Solo mi reflejo en los ojos de Ignacio me hablaban de
la perpetuidad de un amor clandestino que veía la luz, que luchaba por
mantenerse vivo, que arañaba la felicidad que a nosotros se nos había negado.
Tu hijo, el mío, de los dos, sano, los rasgos fuertes de la familia, nuestra
familia, la que nunca tuvimos. Deseos de un pasado que nunca dejó de ser
futuro.
El teléfono, negro, mudo y frío, lentamente resbala de
mis dedos cayendo al vació. Mis ojos en su vaivén hipnótico empiezan a derramar
lágrimas una por cada recuerdo vivido y por vivir a tu lado, por no cumplir tu
promesa, porque soy yo la que seguirá viviendo para que vivas en mi y así
contigo, aprieto a Ignacio y enjuago mi llanto en su cuerpo inocente, ignorante
y solo atino a decirle las únicas palabras que se me permiten decir, mi hermano
está muerto.
domingo, 7 de octubre de 2012
La Autora
Cuando la Autora escribe cuentos mágicos, la oscuridad susurra en
los rincones, las sombras respiran a lo largo de las paredes, el fétido aliento
de brujas desdentadas que buscan princesas, y cientos de hadas se esconden
cautelosas, porque es bien sabido que si son vistas están obligadas a conceder
los deseos de quien las ve.
La Autora desea, y segundos después una luz alada ciega sus ojos,
intenta aclarar la vista y con la yema de sus dedos recorre las palabras,
sintiendo las leves marcas en el papel, estas empiezan a desprenderse y le caen
encima en forma de polvos mágicos que le abren los ojos y le muestran que está
dentro de una de sus historias.
Miles de páginas blancas la abrazan, dedos de tinta la tocan,
remolinos de magia la atrapan en pastas antiguas de piel.
No hay palabras a las que asirse, ni
magia que la devuelva a la realidad solo, queda dejarse arrastrar y esperar que
otro sueño se cumpla..
domingo, 2 de septiembre de 2012
Claroscuro
Viejo ve como entra el sol por la ventana, los pliegues de su piel
cansada se inundan de claros y sombras; su mente cada vez más deslavada, se
ilumina recordando quien fue, los ojos sin futuro brillan.
La mano temblorosa que empuña el arma apunta al corazón. Viejo llora
lágrimas secas, que le provocan una leve convulsión, el dedo jala el gatillo,
se oye una explosión, y el golpe seco de un cuerpo al caer.
La muerte apenas, más que una molestia, un dolor momentáneo. Piensa.
Ahora tiene la libertad deseada.
Mientras
en la sombra el cuerpo inerte de su mujer se desangra.
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