lunes, 20 de febrero de 2012

La gravidez de las palabras


Pasaba mis dedos por ellos pensando que tanto debían decir para estar tan gordos, si solo eran pastas con hojas llenas de letras.

En el estudio de nuestra casa había un librero de pared a pared de piso a techo, un anaquel de estantes llenos de pensamientos encerrados en cajas de papel codificados con letras, un mundo de historias ajenas, que moría por descubrir.

Papá les tenia amor a los libros pero de diferente manera, él los atesoraba, le encantaba comprar y formar colecciones enteras, enciclopedias con grabados en el lomo que acomodados en orden alfabético formaban una culebra enorme. Libros de arte llenos de reproducciones fotográficas de pinturas, Gauguin, Modigliani, Picasso, Van Gogh, pasaba horas enteras, tratando de copiar mujeres de cuellos largos, indígenas desnudas rodeadas de vegetación en unas infantiles islas Polinesias, noches estrelladas, y girasoles inacabados, por que el tiempo que los abarcaba nunca dejaba de pasar. Van Gogh enajenado pintado un mundo que no podía parar.
Armada de acuarelas, hojas y pinceles se me iban las tardes, tratando de copiar esas obras maestras.

En tercero de primaria gane un concurso de pintura donde participaron varias escuelas del sector; un bosque lleno de venados, arboles, plantas, un río rodeado de montañas. Mis acuarelas lograron plasmar con sus colores, toda la belleza de una naturaleza viva, que yo tenia grabada en mis pupilas y en las yemas de los dedos.

Papá llegó a la casa con un regalo, "Maria" de Jorge Isaac, me enamore del amor, de las palabras y sobre todo de Jorge que sentía igual que yo, y de lo bien que lo supo explicar. Desde entonces no había cosa que me diera más placer que iniciar un libro, sentirlo en mis manos, leer cuando se escribió, el número de la edición, la biografía del autor, y al final acomodarme (no importaba en el lugar que fuera), a disfrutar, a leer sin parar, a devorar las emociones de otros, a amar, a morir, a sentir rabia, frustración, alegría desde la comodidad de mi cuerpo relajado y mis ojos hinchados de imágenes.

Leia todos los libros que aprisionaban mis manos, a veces no conocía el significado de las palabras sin embargo, las intuía, así como comprendía mensajes que no podía explicar. "Cien años de soledad", el titulo me atrapo, mis ojos infantiles, se llenaron de sus paginas, y viví semanas con una familia que repetía nombres, que estaba condenada a cien años de abandono, y que al final nació un niño con cola de cerdo, pero hecho con amor. Años después ya adulta volví a leerlo y me asombre de haber comprendido tanta magia disfraza de realidad, a tan corta edad.

Poco a poco el amor por los libros me fue entrando por todos los sentidos, para ser prisionera de mi propia pasión. Ya no solo eran las historias las que me quitaban el sueño, empece a atesorar palabras, a escuchar las reacciones que estas producían en mi cuerpo, las abrazaba, y bailaba con los sonidos que brotaban de ellas, y no dejaba de maravillarme de su elocuencia al reunir tanto en tan poco, de la belleza de sus combinaciones, de sus profundidades y abismos, de su forma de corazón y de cuchillo, de su poder embriagador que trastorna hasta la locura, hasta la muerte lenta o fulminante de una verdad o de una mentira que desgarra cuando se lee o se escribe.

Y vino de la mano la eterna pregunta, ¿Y que hago yo aquí?, y pedí, que mi realidad fuera la del escritor, pedí escribirme, para conocerme, para inventarme, para no perderme, para morir y poder seguir gritando desde mi tumba.

E hice una promesa bajo la luna, la misma que me mira hoy, que nunca mis palabras iban a quedar flotando, que siempre las haría descansar en el papel, que no se revolverían con mis cenizas, prometí dejarlas aquí, para ti, para el que fuera, para que se escuche el rumor de mis recuerdos y lo que fue de mis pensamientos, y pedí permiso de existir, y de mi preñez nacieron mis hijas las palabras, son mi herencia y descendencia las que van hablar de mi cuando me vaya.

María Paz

sábado, 11 de febrero de 2012

Ira

Carmen acostada en la cama, quieta muy quieta, ve desvestirse a Pedro, el silencio la altera, Pedro consciente de ser visto se tarda en la maniobra de quitarse el pantalón y con sumo cuidado lo deja en el respaldo de la silla, luego, el calzon que va a ocupar el mismo lugar, se sienta despacio en la cama dandole la espalda a Carmen, se quita un calcetín, luego el otro, decide hacerlos una bola y aventarlos junto a la silla, caen sin hacer ruido, lenta muy lentamente voltea el torso, Carmen y Pedro se miran, ella con una mirada desorbitada, perdida, el con ternura y unas ansias contenidas.
Pedro sabe sonreír con toda la cara, la risa de Carmen es tímida incompleta .

_ Prende la luz, así me siento mejor.

Pedro se levanta de la cama, sin prisa llega a la pared donde esta el interruptor, sabe que Carmen tiene la mirada puesta en el, su cuerpo delgado no lo avergüenza. El cuarto se inunda de luz, Carmen cierra los ojos, quiere borrar los recuerdos, siente el cuerpo de Pedro que respira cálido junto al de ella, no los quiere abrir, solo un poco más para darse valor. Aspira un olor a limón a limpio y en el fondo a acido a sudor, la envuelve la seguridad, la calma, su cabeza anida en el cuello de el, si solo se conformara con sentirla, si no le pidiera más.

Pedro percibe su cuerpo duro, caliente, y se pega a Carmen, la respira entera, se le atora en la garganta, solo logra sacarla con un te deseo desinflado, seguido de besos, que dan vida a una piel que empieza existir, que se deja llevar por las yemas de los dedos que van dejando pequeñas huellas de fuego.

Manos que suben y bajan, acompañando respiraciones entre cortadas, jadeos, nudos de piernas y brazos que se atan y se desatan, bocas que succionan almas.

Pedro se hunde entre las piernas de Carmen, ella tensa el cuerpo, como resorte se incorpora en la cama, un sabor amargo empieza a inundarle la boca, el cuerpo paladea el recuerdo, el olor de su fétido aliento, su lengua viperina, escurridiza y húmeda deslizandose por todo su cuerpo, lamiendo y barriendo huecos, levantando llagas, desgarrando por dentro todo pudor, todo deseo.

_ ¡Por favor, no me haga daño, me duele, me lastima!,

Se siente acorralada, invadida, se revela, golpea con los puños, patea, el miedo la paraliza, dejandola indefensa. Al mismo tiempo que siente bajar por su entre pierna un calor liquido, seguido de un temblor incontrolable que la hace castañear los dientes.

No hay respuesta solo el silencio de la noche y la ira de un hombre que la avienta entre ramas y piedras, que enviste, golpea, rasguña, rasga carne, deshilacha ropa, una piel que pesa, que se impone violentando, sacando y metiendo un arma que destroza por dentro, que se mueve, que devora, llenando resquicios envenenandolos, para emanar vapores que saben a muerte, y se muere de una forma lenta, tan lenta que el cuerpo no se da cuenta y anda por el mundo viajando solo, la única evidencia de esta ausencia son los ojos vacíos y desorbitados que no hacen mas que dar pena por que ya no dicen nada.

La soledad de un cuerpo que se queda herido con un alma ultrajada, atrapa en un solo delirio que se llama venganza.

_ Carmen soy yo Pedro, abre los ojos, mirame!.

Carmen lucha forcejea, rasguña, pega, encaja dientes, muerde, escupe, saca fuerzas de donde puede, llena de ira se defiende, es el llanto de una loca el que se oye, palabras incoherentes, la fuerza del valiente que asesta un golpe certero en la cabeza de su agresor, un cuchillo guardado con esmero, listo para el momento.
No existe claridad en el pensamiento, solo una mujer con un ajuste de cuentas.

El cuerpo inerte de Pedro rodeado de unas sabanas blancas que se van pintando de sangre no es lo único que Ana, la hija de ambos, encontró al llegar a casa, pudo ver también a su madre acostada junto a su marido, desnuda de rojo, hecha un ovillo perdida en un mundo donde la arrastraron, y del cual no puedo salir, con la mirada desorbitada, vacía, y en sus pupilas clavada la imagen del único hombre al que amo.