_ El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado al prójimo"_ dijo la hermana María, desde su escritorio, palabras que en mis oídos derramaron la cura a mi alma abierta en carne viva.
Soy Pia a lo largo de mis catorce años de vida he vivido rodeada de santidad, no conozco otro Padre que Dios nuestro señor y otra Madre que la Santísima Virgen, mis tías son las cincuenta hermanas Oblatas que comparten el carisma específico de distribuir la palabra de Dios, con mujeres que se encuentran en situación de prostitución y son víctimas de la trata. Mi madre biológica fue acogida por las hermanas, después de darme la luz decidió seguir con su vida y dejarme en el convento, para que las hermanas decidieran la mía. Llevo días intentando platicar con la hermana María quiero contarle que en las noches ardo en el infierno, que por mas que intento fascinarme con la belleza de Dios, solo mi propia belleza me fascina y logra ser una verdad perfecta. Porque es en la oscuridad de la noche cuando mis manos se convierten en ojos y mis dedos en lenguas y juntos recorren todos los tapices que me envuelven, los acarician, los humedecen arrancando suspiros a mi boca que lucha por dejar de temblar y que con voluntad propia comienza a rezar todas las oraciones que se le ocurren y que solo se calla hasta que absorbe el olor que se desprende de las cenizas de un cuerpo consumido por la hoguera.
Hoy me he decidido buscar a la hermana María después de la misa de siete, y le pediré ayuda. He llorado toda la tarde, la platica con la hermana María me ha dejado molida en cuerpo y alma, pues como se puede expiar una culpa si no es a base de remordimiento y dolor, el remordimiento le interesa al alma y la mía se esta quemando a fuego lento y el dolor al cuerpo no aguanto las rodillas de tanto estar arrodillada y los dedos de las manos que apenas les he dejado uñas, el piso ha quedado tapizado de pequeñas lunas menguantes. Ultimamente las noches se han convertido en un suplicio apenas logro cerrar los ojos, me la paso rezando, pidiendole a Dios que me santifique que haga de mi un ser digno de su fe, repito el Yo Pecador, hago la señal de la santa cruz y las abluciones en agua bendita que la hermana me recomendó para purificación de todo mi ser. Mis dedos alados ya no extrañan la tierra ahora pertenecen a ella, no me toco, no me siento, no me provoco, mi cuerpo es el templo sagrado que me acoge, no lo ensucio, lo lavo con agua de vida.
_ Me quemo, me duele, me arde_ grito, aúllo de dolor _ Diosito acepto el castigo de este corazón ardiente, que se despelleja y se calcina, pero por favor quitame este dolor este ardor, ten piedad de mi.
Pia siente un dolor tan intenso que esta apunto de desmayarse, brazos enramados la sujetan, voces de asombro y consuelo la obligan a tocar la tierra, son las hermanas que, atemorizadas no encuentran como consolarla, unas rezan, otras se han quedado como estatuas, otras gritan _ Es un milagro!!!! _ los estigmas se han manifestado el cuerpo de Pia es la viva representación de Jesucristo Crucificado las cinco llagas, en los lugares exactos, heridas a flor de piel que emanan sangre y desprenden un olor a pétalos de rosas. Todas las hermanas caen arrodilladas que gracia ha cometido su congregación para ser tan afortunadas, para ser tocadas directamente por Dios a través de la mas pequeña de sus hijas. La Hermana María no piensa lo mismo una madre no puede ver a un hijo sufrir, ella hubiera dado todo por estar en el lugar de Pia. Y Pia, asustada no deja de llorar, y sufre pensando en que puedan ser lagrimas de sangre las que derrama, y que estas le impidan ver el Cristo que colgado en la pared de su cuarto se muestra impávido, ante el sufrimiento que comparten, no es justo cargar con culpas y penas ajenas.
Todos los jueves Pia sangra de sus heridas y llora por dentro arrepentida de no sentir la misma devoción que inspira, y le ruega a Dios morirse para cerrar finalmente la puerta que alguien abrió sin pedirle permiso. Permaneció en estado de éxtasis los últimos seis meses de su vida, hasta que los estigmas dejaron de corromper lo que una vez fue la piel de una niña virgen. Fue enterrada en la capilla de las madres Oblatas el día 23 de Septiembre aniversario de la muerte del Padre Pio Pietrelcina. Desde entonces la Hermana María hace penitencia y dibuja con sus dedos llenos de agua bendita la señal de la santa cruz sobre las palmas de las manos y empeine de los pies, una incipiente y enrojecida irritación suaviza sus ruegos hacia Dios por que reconoce que ha sido bendecida.