María acaricia la espalda desnuda del hombre que duerme a su lado,
conoce de memoria cada palmo de su piel, cierra los ojos y aspira el olor de su
cuerpo que va llenando todos sus orificios, y es cuando el deseo revive en sus
entrañas, lo ama como nunca amó a nadie, con el nació bajo las yemas de sus
dedos.
Inicia el despertar de la pasión, sin apenas pensarlo sus ojos se
clavan en la argolla que luce su dedo anular, suspira y con un dejo de malicia,
se quita la sortija y la desliza debajo
de la almohada, ya sin ataduras evidentes y llena de placer da rienda suelta a
su libertad.
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