domingo, 6 de mayo de 2012

La mano ciega

La mirada de María se perdía hasta que Ana la encontraba, Mil veces buscó los ojos de ella, mil veces ella encontró los suyos. Un segundo de reconocimiento bastaba para aplacar la angustia de un posible día lleno de soledad, Porque Maria era transparente sin Ana, ella era quien le daba color, quien daba sentido a sus palabras.

Eran amigas inseparables. En el colegio todos lo sabían María era Ana y Ana era Maria, se les veía juntas, sus hombros en platica constante, sus miradas cercanas, sus oídos llenos de complicidad. Nadie se atrevía ni siquiera a hablarles, vivían en un mundo a parte y este daba miedo, era de dos y un tercero era impensable.
Los días sin colegio eran insoportables, no estar juntas todas las mañanas del fin de semana dolían, dolía el alma, la piel y hasta las palabras que no salían de la boca porque a nadie le importaban. Pero hoy iba a ser diferente, los papas de María tenían una cena y Ana vendría a acompañarla, verían una película romántica, "tres metros sobre el cielo", llorarían con Babie y Step y su amor increblantable comerían palomitas y tomarían Diet Coke.
María se sienta en el sillón, Ana, decide acostarse recargando la cabeza en las piernas de María, con el tazón de palomitas descansando en su estomago, la película comienza, absortas sus miradas se llenan y se oscurecen de la luz que emite el televisor, y sus manos hipnotizadas no dejan de atrapar palomas que vuelan directas a la boca una tras otra.
Babie y Step ruedan sin ropa por el piso, dos cuerpos en una sola sombra, se oye el placer enlazado a una música que eriza la piel, las niñas no pueden más que estremecerse al sentir como asciende una fiebre por entre sus piernas, y un principio de comezón las obliga a apretar los muslos, al mismo tiempo que las coronas oscuras de sus senos se endurecen respondiendo a la ilusión de un roce imaginario. María lleva la mano al tazón, esta cae ciega en uno de los pechos de Ana, una palma llena de deseo que no puede dejar de sentir un pequeño pico duro que llama y que tiembla. Que rico piensa María, que no se levante. Que rico murmura para sus adentros Ana, que deje ahí la mano. María baja la cabeza, se topa con unos ojos sedientos y unos labios entreabiertos que piden agua, quiere saciarlos, labio con labio, puntas ariscas de lenguas que se encuentran, que penosas se tocan, ríos de saliva que causan turbulencias, que marean, que inunda la cabeza, y mientras una mano cegada, temblorosa, emprende la huida, tropieza con telas y botones a su paso solo para detenerse en un llano cubierto de césped, que bulle en su interior, la mano se calcina mientras un dedo se agita en el lugar preciso. Ambas cierran los ojos, oscilando lejos del sillón. Sus corazones acelerados las delatan y son ellos los que con su sonoros redobles despiertan a la razón, las niñas se levantan al mismo tiempo apenadas, conscientes de haber traspasado los limites de una amistad. Ahora nada será igual.
Los días pasan y ninguna de las dos es lo que antes era, María que muere de amor por su amiga, daría cualquier cosa porque la ocasión las colocara en la misma situación en la que piel de Ana abrió ese abismo, que ahora las separa, la ama, desea su olor, su saliva, su sabor, se siente llena de palabras que dan vida a este nuevo amor, palabras que Ana se esmera en sellar, en fingir que nada paso, porque por dentro esta aterrada, apenada, porque hay cosas que no pueden ser y esta es una de ellas.
Una se consume. La otra evapora el recuerdo.
La amistad estorba, ya nada existe entre ellas.
Los recreos son un infierno, la mirada perdida de María sólo encuentra los ojos del nuevo novio de Ana, no hay ni mañana ni después, solo queda revivir el recuerdo, que se convierte en último deseo, y en primer pensamiento.

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