jueves, 31 de mayo de 2012

Entre muertos

No es fácil saber que te estas muriendo, que has dejado de ser tu misma y que poco a poco tu cuerpo te deja de pertenecer ya no te obedece, se revela, lentamente la enfermedad se apodera de el, y sólo ella decide quien eres ahora, como te mueves, que sientes que comes, y mágicamente el espíritu viene en tu ayuda y te susurra bajito que eres más que piel y huesos y empiezas a viajar con lo que sabes que nadie te puede quitar, vacías tus recuerdos, desmenuzas tu historia, abres los ojos y las imágenes del exterior te llegan de otra manera y estas te empiezan a enamorar y te hablan de un mundo del que muchas veces te quejaste y del que ahora no quieres dejar porque es el único que conoces y crees dominar.

Y elevas los ojos al cielo y sueltas plegarias ¡No me quiero ir!, ¡No me quiero morir!, y piensas en tus hijos en su vida sin ti, en la soledad de tu pareja, en el profundo dolor de unos padres que ya no te verán, en los espacios que estas por  dejar, en todo los objetos con significado que se van a  quedar sin sentido, en los paisajes que recuerdas y los que no pudiste visitar, en las palabras que siguen atoradas en tu garganta y que ahora cobran el valor para dejarse pronunciar, en las cosas que quisiste hacer y nunca te atreviste porque pensaste que no eran para ti y ahora la claridad de una partida sin retorno te libera y te da la fuerza para querer intentarlas. Pero nada de esto es suficiente, esta decido te vas, no lo puedes evitar y entras en un estado de shock, qué sigue?, qué va a pasar?, qué lugar voy a ocupar?, te ofuscas, la respiración se acelera, los latidos del corazón se atropellan y caes en una oscuridad que te traga y te da miedo y lloras por dentro solo por dentro afuera eres la que se esta muriendo, otros son los que lloran por ti y son ellos los primeros en no querer dejarte ir, en rezar para que no te vayas, no quieren entender que estas viviendo los últimos segundos de tu destino, la única verdad  de todo existir.

Los abrazas con los ojos y te vas despidiendo de cada uno, uno por uno.
Llega la luz y empiezas a experimentar sensaciones antiguas, reconoces el vientre de tu madre su calidez, la paz, la inconsciencia, y te dejas ir por ese vaivén líquido que aletarga   tus sentidos, y te das cuenta que todo esta en ti y tu estas en todo, el alma se expande, abandona el cuerpo, la mirada se separa de los que antes fueron tus ojos y te ves como lo que fuiste.

Cruzas, puertas que se abren y se cierran, sientes amor, encuentras a tu paso personas que conoces, sabes que hace mucho que murieron. Estas muerta, entre muertos, ya no tienes miedo, en esta vida no es necesaria la vida, y me río sin boca de lo que a todos alguna vez nos contaron; que los muertos cuidan, que hay que rezarles, que dejan de existir.
Lo único que tienes que hacer es escuchar el silencio de los que como yo nos hemos ido, un silencio que no dice nada, donde sólo hay ausencia, lágrimas y seres queridos atorados en los huecos del recuerdo.


domingo, 6 de mayo de 2012

La mano ciega

La mirada de María se perdía hasta que Ana la encontraba, Mil veces buscó los ojos de ella, mil veces ella encontró los suyos. Un segundo de reconocimiento bastaba para aplacar la angustia de un posible día lleno de soledad, Porque Maria era transparente sin Ana, ella era quien le daba color, quien daba sentido a sus palabras.

Eran amigas inseparables. En el colegio todos lo sabían María era Ana y Ana era Maria, se les veía juntas, sus hombros en platica constante, sus miradas cercanas, sus oídos llenos de complicidad. Nadie se atrevía ni siquiera a hablarles, vivían en un mundo a parte y este daba miedo, era de dos y un tercero era impensable.
Los días sin colegio eran insoportables, no estar juntas todas las mañanas del fin de semana dolían, dolía el alma, la piel y hasta las palabras que no salían de la boca porque a nadie le importaban. Pero hoy iba a ser diferente, los papas de María tenían una cena y Ana vendría a acompañarla, verían una película romántica, "tres metros sobre el cielo", llorarían con Babie y Step y su amor increblantable comerían palomitas y tomarían Diet Coke.
María se sienta en el sillón, Ana, decide acostarse recargando la cabeza en las piernas de María, con el tazón de palomitas descansando en su estomago, la película comienza, absortas sus miradas se llenan y se oscurecen de la luz que emite el televisor, y sus manos hipnotizadas no dejan de atrapar palomas que vuelan directas a la boca una tras otra.
Babie y Step ruedan sin ropa por el piso, dos cuerpos en una sola sombra, se oye el placer enlazado a una música que eriza la piel, las niñas no pueden más que estremecerse al sentir como asciende una fiebre por entre sus piernas, y un principio de comezón las obliga a apretar los muslos, al mismo tiempo que las coronas oscuras de sus senos se endurecen respondiendo a la ilusión de un roce imaginario. María lleva la mano al tazón, esta cae ciega en uno de los pechos de Ana, una palma llena de deseo que no puede dejar de sentir un pequeño pico duro que llama y que tiembla. Que rico piensa María, que no se levante. Que rico murmura para sus adentros Ana, que deje ahí la mano. María baja la cabeza, se topa con unos ojos sedientos y unos labios entreabiertos que piden agua, quiere saciarlos, labio con labio, puntas ariscas de lenguas que se encuentran, que penosas se tocan, ríos de saliva que causan turbulencias, que marean, que inunda la cabeza, y mientras una mano cegada, temblorosa, emprende la huida, tropieza con telas y botones a su paso solo para detenerse en un llano cubierto de césped, que bulle en su interior, la mano se calcina mientras un dedo se agita en el lugar preciso. Ambas cierran los ojos, oscilando lejos del sillón. Sus corazones acelerados las delatan y son ellos los que con su sonoros redobles despiertan a la razón, las niñas se levantan al mismo tiempo apenadas, conscientes de haber traspasado los limites de una amistad. Ahora nada será igual.
Los días pasan y ninguna de las dos es lo que antes era, María que muere de amor por su amiga, daría cualquier cosa porque la ocasión las colocara en la misma situación en la que piel de Ana abrió ese abismo, que ahora las separa, la ama, desea su olor, su saliva, su sabor, se siente llena de palabras que dan vida a este nuevo amor, palabras que Ana se esmera en sellar, en fingir que nada paso, porque por dentro esta aterrada, apenada, porque hay cosas que no pueden ser y esta es una de ellas.
Una se consume. La otra evapora el recuerdo.
La amistad estorba, ya nada existe entre ellas.
Los recreos son un infierno, la mirada perdida de María sólo encuentra los ojos del nuevo novio de Ana, no hay ni mañana ni después, solo queda revivir el recuerdo, que se convierte en último deseo, y en primer pensamiento.