Algunas vez haz sentido que el miedo te agarra del cuello te clava los dientes para paralizarte dejándote en un estado de shock para convertirte en mero espectador de tu propio desconcierto, se nubla la vista, la razón y el corazón queda reducido a un martilleo grave acelerado que amenaza con salir corriendo, para vaciarte de cualquier signo vital. Eso me sucedió cuando te vi, llevaba días con un mal dormir que me obligaba a salir de la cama para dar paseos nocturnos, reconociendo una casa que era mía pero a la que desconocía cuando se bañaba de noche. Las cosas oscurecidas por la falta de luz cobran matices que cambian las formas y los espacios de los objetos, esto me quedaba bien claro cada vez que recorría las escaleras acompañado de sombras amenazantes, llegando a la sala que apenas reconocía como mía, con muebles extraños de dimensiones fantasmagóricas. Me gustaba intentar apoderarme del sueño en el sofá mas grande el que me dejaba acostarme y me cubría con una colcha de noche poblada de estrellas, mis ojos se confundían con ellas, volviéndome invisible. Esa noche no fue diferente a las demás, empezaba a pestañear, mi cuerpo se hundía en la placidez del inocente, el reflejo moro me salva de una caída. Y es ahí cuando te veo, vuelvo a pestañear y abro los ojos lo mas redondo posible solo para comprobar que el sueño me ha soltado de la mano, y que la realidad se ve amenazada con tu presencia. Tu todavía no te das cuenta de que te observo. Distraídamente patinas arriba de la mesa del comedor de un extremo a otro, para después saltar de cojito. Un agudo y desesperado gemido sale de mi boca delatando mi presencia que se encuentra ya sin absoluta voluntad. Y te veo, veo tu piel blanca, tus venas moradas, tu cuerpo de niña de ocho años y tu cara velada por una niebla espesa fría y alitosa que comienza a invadir todo lo que nos rodea, tiemblo invocó a Dios y a todos los santos, me confieso y me arrepiento de todos mis pecados, negocio con Dios y le suplico que al abrir los ojos esto no sea mas que un mal sueño. Lentamente te vas acercando a mi y yo mas pero mas lentamente me voy haciendo un ovillo, cierro los ojos y cuando los abro tu mirada y la mía están a la misma altura me pierdo en el pozo de tus cuencas recorro tus sombras, la soledad y el aburrimiento que da el estar muerto. De pronto los colores cambian se hace la luz y extrañamente me veo junto a ti, soy observador y estoy en lo que observo, nos comunicamos sin palabras, Adelita te llamas.
_Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre_ me dices sin palabras, y te ríes, y ríes con esa risa histérica, infantil, que acaba por seducirme, _Verdad que esta es mi casa?_ Que puedo contestar, me aterra que vivas en el engaño de existir en un mundo que ya te ha olvidado, porque los tuyos Adelita ya no están aquí y no hay peor vida que la que no es reconocida. Y es en ese momento cuando reconozco que ya nada de este mundo me pertenece y que el ciego he sido yo, he vivido a contra luz aferrandome a una casa que ya no es mía, a un cuerpo que ya pertenece a la tierra y a un nombre que hace mucho tiempo se dejó de pronunciar.
Maria Paz de León del Editorial Alfaguara!
ResponderEliminarbstos
como es eso del comentario?...algunavez he pensado y si estoy muerta y no me he dado cuenta,jaa
ResponderEliminarMich
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